Este fin de semana me ha venido a la memoria una anécdota que me explicó un compañero de trabajo hace muchos años, a propósito de sus peripecias en un largo viaje en el Transiberiano.
Como muchos sabréis, el ferrocarril transiberiano (o Транссибирская магистраль, Транссиб en ruso) es la red ferroviaria que con 9.288 km atraviesa Rusia de occidente a oriente, enlazando con Mongolia y China. Debido a la dureza del viaje, a lo largo del trayecto cada cierto tiempo se cambian las locomotoras y se comprueban los bogies, la estructura sobre la cual que descansan los vagones y donde se encuentran las ruedas.
El método para verificar que los bogies se hallan en buen estado puede parecer a priori bastante tosco, pero es muy efectivo: unos operarios recorren todos los vagones del tren, golpeando con una barra de acero cada uno de los bogies.
Estos trabajadores tienen el oído tan educado al ruido característico del metal, que pueden detectar cualquier sutil anomalía en la estructura según el sonido que emita, ajustando los componentes del mecanismo para que el “ruido” sea el correcto.
Al parecer, a mi compañero le sacaba de juicio esta rutinaria y ensordecedora ceremonia, ya que los operarios, una vez terminado el recorrido, se reunían con calma y parsimonia en un lateral del convoy para repasar visualmente el trabajo hecho. Los tipos se tomaban su tiempo, disfrutando del momento con una cierta actitud de reconfortante compañerismo por el trabajo bien hecho.
En estos tiempos de fechas de entrega inamovibles, y de prisas por obtener lanzar el proyecto cuanto antes y obtener resultados ¿Recordáis alguno de vosotros la última vez que habéis repasado con calma y mimo alguno de vuestros proyectos? ¿No os habríais ahorrado muchos dolores de cabeza si hubierais dedicado el tiempo necesario a revisar el trabajo?