Si Pierce fue el padre del método pragmático y James el divulgador del mismo. Dewey lo puso en práctica, definiendo la educación tal y como la conocemos. Si alguna vez en tu infancia hiciste una maqueta de un volcán de plastilina en el colegio, o si en la universidad has utilizado el método de casos, es gracias a John Dewey.
Después de graduarse de la Universidad de Vermont, John Dewey (1859 – 1952) trabajó como maestro, enseñando clásicos, álgebra y ciencias. Tras doctorarse en filosofía en la Universidad Johns Hopkins en 1884, pasó a ser director del nuevo departamento de psicología, filosofía y pedagogía en la Universidad de Chicago.
Cuando llegó a Chicago, se encontró en una ciudad con rascacielos a medio construir, inundada por trabajadores inmigrantes en plena lucha social, donde las huelgas eran reprimidas con violencia por el estado. Dewey empatizó pronto con ellos, se implicó en las reformas sociales y entabló una amistad con la activista feminista Jane Adams. Preocupado por trabajar para una universidad que perpetuaba el establishment y el capitalismo desregulado, llegó a la conclusión de que el país necesitaba escuelas diferentes.
Su interés por la filosofía de la educación fue creciendo a lo largo de los años, publicando varios libros sobre el tema. Para poner a prueba sus teorías, fundó en 1896 junto su mujer Alice Chipman, el “Colegio Laboratorio de la Universidad de Chicago”, una escuela de primaria y secundaria vinculada a la universidad, donde se ponía mayor énfasis en el aprendizaje cooperativo, activo, basado en la experiencia y la práctica, abandonando el característico aprendizaje memorístico del siglo XIX.
La clave de la nueva educación era la «capacitación manual». Antes de la industrialización y el crecimiento exponencial de las ciudades, los niños interactuaban con animales, cultivos y herramientas. Eran educados por la naturaleza «con cosas y materiales reales». Los niños urbanos necesitaban en cambio coser, cocinar y trabajar con metal y madera. Sin embargo, esta nueva capacitación manual no debía ser una mera educación instrumental para aprender un oficio, debía ser científica y experimental, una introducción a la civilización.
Trabajando en grupos para hacer modelos y maquetas, en el colegio laboratorio los niños aprendían a cooperar, entendiendo la ciencia sin libros de texto o conferencias. El aprender haciendo, reemplazó el aprendizaje escuchando, además el aprendizaje cooperativo también alentaba un aula democrática, sin élites, divisiones étnicas o desigualdad económica.
Estas teorías del aprendizaje como un proceso interactivo y experimental basado en proyectos, han tardado casi medio siglo en cuajar en el sistema educativo contemporáneo, siendo la base de gran parte de las escuelas. Metodología que aún cobra más protagonismo en el ámbito del diseño.
No obstante, las cosas no fueron fáciles para Dewey con este proyecto. Lo tildaron de comunista y radical por sus ideas, y tras una disputa con el presidente de la universidad, Dewey y Chipman cerraron la escuela en 1905 y se mudaron a la universidad de Columbia, donde fue profesor hasta retirarse en 1930.
En sus ideas, Dewey combina el interés científico de Pierce con el enfoque humanista de James, aportando una sensibilidad muy abierta y progresista. Más importante que el método científico en sí, para Dewey lo primordial es aplicar la inteligencia crítica a los problemas de las personas, con el objetivo de llevar una vida mejor. Esto implica tener una actitud abierta y de exploración, revisando continuamente las anteriores creencias, utilizando técnicas de observación y experimentación, en conexión continua con las preocupaciones humanas prácticas.
Dewey enfatizó la importancia de reconocer el significado de la vivencia humana como fundamento del proceso de investigación. Para Dewey, la «experiencia» es un proceso situado en un entorno natural, mediado por símbolos socialmente compartidos, que explora y responde de forma activa a las ambigüedades del mundo. Por lo tanto, la experiencia está condicionada por nuestras estructuras biológicas, así como por el contexto social. La vivencia es siempre corporal, mental y social.
Inspirado por la teoría de la selección natural de Darwin, abogó por una teoría naturalista de la lógica, que parte de la afirmación de que la lógica debe derivarse de nuestras estructuras y funciones biológicas, así como de las relaciones entre el organismo y el medio ambiente.
“Un organismo no vive en un ambiente; vive por medio de un ambiente.”
Nuestras respuestas, tanto mentales como físicas, están influenciadas por nuestro entorno cultural. Los problemas a resolver surgen de las relaciones con los demás y el significado que damos al mundo. La “situación” como el lugar de las interacciones organismo-medio ambiente.
La duda está precedida por un desequilibrio en las interacciones organismo-ambiente, lo que Dewey llamó una «situación indeterminada». Sentimos dudas ante una situación particular en la que encontramos inseguridad, inestabilidad, perturbación, ambigüedad, confusión… La situación no solo está «abierta» a la investigación, sino que está abierta en el sentido de que sus partes no están unidas (siguiendo el esquema de James).
Para resolver una situación, el primer paso es buscar los componentes que la forman, o los “hechos del caso”, por observación. Dado que las ideas son abstractas, sus significados deben estar incorporados en algún símbolo (y ahí volvemos a Pierce). Sin símbolos no hay ideas, un significado que no tiene cuerpo no puede ser utilizado. Hemos de ser capaces de “ver la idea”.
Las ideas pueden volverse operativas a medida que fomentan y dirigen más actividades. De la misma manera, los hechos se utilizan para testar y desarrollar las ideas, y estos solo son relevantes si interactúan entre sí, si pueden dar respuesta a una situación. Estos pueden ser “hechos de prueba” provisionales en el proceso de apoyar (o no) la idea. La investigación finaliza cuando la situación indeterminada original se vuelve determinada, es decir, cuando se trata de una situación cerrada o «universo de experiencia”.
Dewey tenía mucha sensibilidad por el Arte, y de alguna forma ayudo a dignificarlo como disciplina donde se elaboran ideas. Llamó la atención sobre el hecho mismo de dibujar y su proceso, donde surgen ideas y se aclaran a través de la interacción con lápiz y papel. La actividad de definir y forjar conexiones produce activamente nuevas percepciones y conocimientos a medida que se combinan nuevos elementos con elementos y experiencias existentes.
No cabe duda que el proceso de esbozar y crear prototipos, donde surge la solución final al experimentar con ideas mediante la interacción con objetos físicos y diferentes tipos de información sensorial, es intrínseco a la práctica del diseño.
Para Dewey, la experiencia en su modo más completo, significativo y gratificante es la experiencia estética. Una experiencia adquiere una calidad estética cuando «sigue su curso hasta su finalización”. Normalmente experimentamos distracción, dispersión y desconexión entre lo que observamos y lo que pensamos, lo que deseamos y lo que obtenemos. Cuando un trabajo se termina satisfactoriamente y se resuelve un problema o una situación (ya sea comer, jugar una partida, mantener una conversación) de forma que se pueda consumar, sin que se interrumpa o se cese, se tiene una experiencia estética.
Por lo tanto, la experiencia estética no se limita al artista o la creación artística, sino que es una parte importante e integral de toda actividad humana inteligente y creativa. Una fórmula matemática o una acción deportiva consumada, nos produce placer estético. Pensar nos satisface emocionalmente porque es un hecho integrado y concluido en nuestra cabeza. De hecho, el objetivo de Dewey con su libro seminal “El Arte como Experiencia» era recuperar la continuidad de la “experiencia estética en los procesos normales de la vida”.
El arte es particularmente interesante para Dewey, ya que fomenta los momentos en los que el pasado refuerza el presente y el futuro se percibe de forma más inmediata. Es entonces cuando nos sentimos vivos: estamos totalmente unidos a nuestro entorno y no nos preocupan los recuerdos del pasado o las anticipaciones del futuro, es decir, tenemos una experiencia.
Al igual que con James, para Dewey la emoción también cobra importancia en la experiencia estética, tanto como mediadora entre los diferentes aspectos de la experiencia, como componente cualificador. También es muy importante ser actor de la misma, cuando controlamos de alguna forma sus cualidades mediante nuestra acción. La experiencia estética está por lo tanto inherentemente vinculada con el hacer.
Ya sea otorgando significado a una pieza artística o de diseño, o siendo actor del proceso de definición de una solución nos produce satisfacción. Las obras abiertas a interpretación nos atrapan porque requieren de nuestra participación para ser cerradas. A veces otorgamos significado a objetos, situaciones y personas, por el mero hecho de concluir y dar sentido, porque si hay algo odiamos, son los cierres en falso.
Este post es el tercero de una serie de cuatro sobre Pragmatismo y Diseño:
Brag M. Pragmatism. In Our Time. BBC Radio 4.
Dalsgaard, P. (2014). “Pragmatism and design thinking”. International Journal of Design, 8(1), 143-155.
Dewey J. “Art as a Experience”. TarcherPerigee, 2005.
Gibbon, P. “John Dewey: Portrait of a Progressive Thinker.” HUMANITIES, Spring 2019, Volume 40, Number 2
Provenzoi, E. (1979). History as Experiment: The Role of the Laboratory School in the Development of John Dewey’s Philosophy of History. The History Teacher, 12(3), 373-382. doi:10.2307/491145
Rylander A. «Pragmatism and Design Research». Ingår i Designfakultetens serie kunskapssammanställningar, utgiven i april 2012.