El uso de una tecnología emergente es siempre una tentación, es muy probable pensar que el factor «novedad» o «de moda» facilitará el éxito de un proyecto, o que al menos llamará la atención sobre los medios, aumentando así su difusión.
Cuando me refiero a tecnología emergente no estoy hablando de nada del otro mundo, puede ser simplemente la impostura de crear una aplicación para móviles, el uso de códigos QR para ofrecer información contextual de un lugar turístico o simplemente el hecho de añadir una interfaz a cualquier objeto, con el peligroso riesgo de caer en el ridículo.
Al igual que la incrustación de interfícies por doquier, con los códigos QR estamos viviendo un boom durante los últimos años, de pronto estaban por todas partes, se pusieron muy de moda para dar acceso a información contextual sobre puntos de interés turístico, en placas de hierro cortadas al láser, tallados en rocas… A veces pienso que los arqueólogos del futuro los interpretarán como señales e indicios de una civilización alienígena que nos visitó.
Muchas veces estos códigos se ubican sin instrucciones, de forma críptica, por no decir emplazados en lugares sin cobertura 3G, ni WIFI disponible. ¿No sería sido más fácil colocar un panel informativo en el punto de interés? Quizá sí, pero entonces el ayuntamiento de turno no habría tenido acceso a una subvención de I+D, ni habría ganado un premio a la innovación tecnológica en la provincia.
Con las apps pasa ¾ de lo mismo. El desarrollo de una aplicación específica para un dispositivo puede tener muchos beneficios, ya que entre muchas razones facilita el acceso a la tarea o servicio y en principio la hace más ágil y potente, ya que al estar optimizada para el dispositivo aprovecha al máximo los recursos del mismo para ofrecer u optimizar las funcionalidades. Pero en muchas ocasiones, quizá la mayoría, las motivaciones para desarrollar una aplicación están muy lejos mejorar la experiencia del servicio y son simplemente subterfugios para la captación de nuevos usuarios, con la intención de el introducir un pie en su dispositivo y acabar ofreciendo un acceso directo a funcionalidades muy similares a las que se puede encontrar en el sitio web, por no hablar de réplicas incrustadas del mismo.
Recientemente nos vino a visitar un potencial cliente, que venía con las ideas muy claras y la intención de desarrollar una aplicación. La persona en concreto no tenía experiencia con proyectos digitales, pero había oído hablar de que una aplicación era «lo que tocaba hacer ahora». Cuando le pregunté sobre sus requerimientos y necesidades, honestamente no era nada que no se pudiera resolver mejor, más rápido y más barato con una landing page o con unos flyers.
Como profesionales, aunque sea una tentación trabajar en un proyecto con una nueva tecnología o técnica, estamos obligados a orientar al cliente con la mejor solución en función de sus necesidades y posibilidades, si conocemos bien nuestro oficio, no es ético vender una solución tecnológica de tendencia, para una necesidad que se pueda solucionar de forma más sencilla y eficiente.
De los últimos trimestres en el estudio, los proyectos en los que hemos tenido la oportunidad de trabajar y que mejor resultados y satisfacción han tenido por parte de los clientes, han sido aquellos que se soportan en una tecnología consolidada y familiar para los usuarios:
El diseño de interacción no se debe acotar tan sólo a una interfaz, sino analizar el servicio en su globalidad para encontrar la pequeña microinteracción que haga mover todo el engranaje con el mínimo esfuerzo. Como decía recientemente en un artículo la gente de Cooper: The best interface is no interface.