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Lecciones de diseño de la democracia Ateniense

4 Nov, 2021, por Sergio.

Hace algunos años tuvimos la oportunidad de visitar Atenas y el museo del Ágora. Era un día de verano de mucha calor. El recinto de la Estoa de Átalo servía un poco como refugio para cobijarse de un sol de justicia. Me encontraba curioseando dentro del museo, predispuesto a no ver más que restos de vasijas y estatuas. Cuando empecé a descubrir entre las vitrinas del mismo, restos e indicios de artilugios que parecían más bien, las ruinas de una computadora fabricada en piedra, bronce y cerámica.

El Museo del Ágora de Atenas, cuenta con una colección de inventos, diseñados para la gestión diaria y eficiente de una de las entidades sociales más complicadas del mundo antiguo. En la democracia ateniense hay un sinfín de lecciones de diseño a todos los niveles, del más estratégico-político, al puramente tecnológico. A riesgo de meternos en un buen jardín, creo que puede ser interesante refrescar un poco su historia. Ya que en sus vestigios, se esconden soluciones de diseño que resuelven problemas políticos y sociales, no muy distintos de los que tenemos ahora. Implementados mediante ideas muy sencillas, y manufacturados con materiales tremendamente humildes.

No obstante, antes de ensalzar las virtudes de nuestros antepasados griegos, dejemos claros sus defectos de base:

Los “ciudadanos” de la Antigua Grecia

Como todos sabemos, la democracia ateniense estaba muy lejos de ser perfecta.

Para empezar, el papel de la mujer en Atenas no difería mucho de un califato talibán, ya que carecían de derechos políticos y jurídicos. Condenada a ser una menor de edad durante toda su vida, bajo la autoridad de un tutor: primero de su padre, luego de su marido y finalmente de su hijo o de su más próximo pariente si quedaba viuda. El término legal de esposa era conocido como damar, palabra cuyo significado que deriva de la raíz “someter” o “domesticar”. Todo el sistema estaba orquestado alrededor de los ciudadanos (señores todos), los cuales eran una élite de varones representativa de sus respectivos territorios.

El sistema social y económico se sustentaba mediante la esclavitud. Considerada para los griegos no solo como una realidad indispensable, sino también como un hecho natural y necesario.

Los residentes extranjeros (metecos) tampoco tenían mejores derechos, los cuales debían encontrar un protector (o prostates) para establecerse en la ciudad. No poseían casa ni tierras, en todo caso vivían arrendados de su protector y estaban obligados a pagar unos impuestos especiales. La ley tampoco estaba mucho de su parte. La condena de un ciudadano por asesinar a un meteco era como mucho el exilio, mientras que la muerte de un ciudadano a manos de un meteco conducía a la muerte.

Ciertamente muchas de estas situaciones no han mejorado mucho en la actualidad en algunos lugares del planeta. La democracia, como siempre, ha ido por barrios y a veces es un espejismo.

Orígenes de la democracia

Entre el 670 y el 500 a.C., gran parte de las ciudades-estado griegas habían sido gobernadas por un solo hombre. Dictadores que se hacían con el poder la mayoría de las ocasiones mediante un golpe de estado. Tras la liberación de Atenas del tirano Hipias en 510 a.C., Clístenes, que había sido magistrado durante su mandando, aprovechó su cargo público como legislador para crear las bases de un nuevo estado basado en la igualdad de los ciudadanos (hombres no esclavos) ante la ley. Menospreciando los derechos ancestrales en virtud de la herencia familiar o la riqueza.

Clístenes instituyó una reforma crucial y radical: la reorganización de la ciudadanía en nuevas unidades administrativas o phylai (tribus). En su intento de romper la estructura de poder aristocrática, abolió el uso de las antiguas cuatro tribus jónicas, basadas en relaciones familiares y de poder, y creó en su lugar diez nuevas.

En las nuevas phylai, se llevó a cabo una nueva redistribución territorial. Procurando que el territorio de ninguna de las nuevas tribus coincidiera con la zona de influencia de un antiguo clan aristocrático. Además, todos los ciudadanos fueron asignados de forma equitativa a cada una de estas agrupaciones, mezclando miembros de familias del Ática con rivalidades ancestrales. Las regiones de cada tribu estaban a su vez divididas en distritos (tritías), áreas que comprendían una ciudad, una llanura y una zona de costa. De esa manera, se evitaba que los miembros de las distintas tribus no tuvieran contactos personales ni intereses comunes.

Aquí tenemos sin duda una solución radical a los nacionalismos: repartir el territorio como si se tratara el tablero de un juego de mesa, mezclar a los jugadores entre diferentes equipos, y repartir las cartas de recursos por igual. Ojalá el mundo fuera tan simple.

Como comentábamos, cada distrito o tritía tenía unidades más pequeñas llamadas demes (municipios, pueblos o barrios), con sus propios funcionarios y administradores locales. En algunos casos, si las sinergias tradicionales entre demes eran estrechas, el nuevo sistema las asignaba a tribus separadas, para procurar romper estas alianzas. Este intento de garantizar una representación equitativa también ocurría en la administración ateniense. Cada jurado de los tribunales tenía el mismo número de jurados representante de cada tribu. Los cargos públicos también se intentaron distribuir de la manera más justa posible.

La construcción de una nueva identidad

Pero todo este diseño territorial, más propio del tablero del Catán, tenía un problema que a priori parecía insalvable ¿Cómo se podía cohesionar socialmente todos estos territorios? Estamos hablando de mezclar a individuos que en el pasado habían estado luchando entre sí, y conseguir que cooperen entre ellos ¿Qué es lo que hace que las personas tengamos un sentido de pertenencia a un grupo?

Para definir la identidad de las diez tribus, Clístenes tuvo una idea brillante. Con el fin de satisfacer a la costumbre griega de elegir un fundador mítico para cada territorio, envió al oráculo de Apolo en Delfos una lista con los nombres de cien de los primeros héroes atenienses. El oráculo eligió a diez (Erecteo, Egeo, Pandion, Leos, Acamante, Eneo, Cécrope, Hipotoonte, Áyax y Antíoco), los héroes epónimos, que sirvieron tanto para dar nombre a las tribus como para crear sus emblemas. De ahí el término “epónimo”, que significa denominar un concepto por el nombre de una persona.

De esta forma cada tribu tenía su propio “escudo de armas”, un planteamiento que no se aleja mucho, de cómo muchas personas siguen construyendo aún su identidad  y sentido de pertenencia alrededor de la mitomanía: adorando a un jugador de fútbol, mediante un club de fans de un artista, o siguiendo a un influencer.

En el Ágora de Atenas se construyó además una plataforma con las estatuas de los diez héroes, donde además de rendir culto a los mismos, en la base del monumento se construyó en un tablón de anuncios público. Debajo de la estatua de cada héroe, se colgaban los anuncios que afectaban a los miembros de su correspondiente tribu.

Héroes Epónimos
Dibujo en perspectiva del monumento de los Héroes Epónimos. W.B. Dinsmoor, Jr. (1969). Museo del Ágora de Atenas.

La re-división de Ática también se llevó a cabo probablemente, o al menos en parte, con miras crear un nuevo modelo de ejército más transversal, ya que cada una de las tribus debía suministrar un regimiento de soldados. Poco tiempo después, en 501 a.C. se introdujo por primera vez la Junta de Generales (estrategos). Elegida anualmente por el pueblo, contaba con diez miembros que comandaban todo el ejército. Durante el primer período de la democracia, fue junta de magistrados más importante del siglo V a.C.

Mucha gente en movimiento

A diferencia de las formas de gobierno anteriores, en las que el gobierno había estado en manos de una única persona, la democracia ateniense dependía para su legitimidad de una circulación constante de personas dentro y fuera de los cargos públicos. Un flujo constante de individuos, impersonal y representativo, sin una estructura estática de oficinas, que implicaba el registro e identificación para el acceso a los órganos de gobierno.

El sistema político ateniense era esencialmente una marea diaria de personas en movimiento (funcionarios, jurados, litigantes…), dirigiéndose a lugares o recintos simbólicos para depositar sus votos y opiniones. Tras la liturgia de los juicios y asambleas, cada ciudadano volvía a su vida privada, donde vivía de acuerdo con las reglas y veredictos que había ayudado a moldear.

Fue el inicio de la separación de poderes y la especialización del gobierno en diferentes órganos. Una decisión que pretendía además consolidar la “confiabilidad“ del sistema, el cual debía estar a prueba de fraude en cualquiera de sus procesos. Los atenienses venían muy escarmentados de la corrupción y la tiranía. Es muy curioso, como depositaron mayoritariamente esa confiabilidad en el azar, como demuestran muchas de las piezas del museo.

Las fichas de adjudicación

Uno de los objetos que más llama la atención en el Museo del Ágora, son las llamadas “fichas de adjudicación”. Se trata de unas placas de arcilla rectangulares con un borde irregular cortado a modo de puzzle, diseñadas para encajar la una con la otra. En estas placas, si se unen las dos piezas, se puede leer el nombre una tribu, un deme y algunas letras que se han interpretado como la abreviatura de un cargo político.

Existen muchas hipótesis sobre el uso de estas fichas, pero según Mabel Lang, se cree que la mecánica sería la siguiente:

Para cada tribu se preparaban cincuenta fichas completas. En el reverso de cada ficha se pintaban los nombres de los demes según su representación en el consejo. Una vez que el esmalte estaba seco, las fichas se cortaban en dos mitades dibujando una forma de sierra. A continuación las mitades superiores eran entregadas a los representantes del correspondiente deme.

Una vez se marchaban los representantes, la asignación de los cargos se hacía en la pieza inferior, de forma que no se podía conocer el deme correspondiente. Para ello se escogían quince mitades al azar, donde se escribían los nombres abreviados de los cargos, dejando el resto de las piezas en blanco. Luego se mezclaban todas hasta el día de la adjudicación de cargos en el Hefestión, donde los candidatos de cada deme presentaban sus piezas y se hacían coincidir. La ceremonia de asignación se hacía públicamente, dando la vuelta a cada pieza, y anunciando el resultado del sorteo y la asignación de los quince apodektai (magistrados) por tribu.

Fichas de adjudicación, 450-425 a.C. Museo del Ágora de Atenas. Estas placas de arcilla rectangulares cortadas con un borde dentado probablemente se usaron para la asignación de cargos por deme.

El sistema era tremendamente simple, pero efectivo a la hora de evitar la corrupción o influencia en los cargos. Todos hemos jugado de pequeños a pasarnos mensajes secretos en papeles cortados. Ciertamente, no se me ocurre una forma más sencilla de crear un certificado analógico.

Mucha gente legislando

La asamblea de los ciudadanos

Todos los ciudadanos atenienses tenían derecho a asistir y votar en la Ekklesía, una asamblea popular que se reunía aproximadamente cada diez días en el recinto del Pnyx. Estamos hablando de un encuentro multitudinario, ya que la capacidad máxima de este espacio llegó a ser de más de 13.000 personas. Podéis imaginaros que estas asambleas podían llegar a ser una auténtica cacofonía en algunos momentos, nueve miembros del senado (la boulé) se encargaban de establecer un poco el orden de turno, interrumpir la discusión y establecer el orden de votación.

La libertad de expresión era esencial para la idea de la asamblea. Cualquier ciudadano podía hablar independientemente de su estatus, sin embargo, los mayores de 50 años tenían prioridad. Para poner un poco de orden, el heraldo era la persona encargada de averiguar de forma previa, quién deseaba hablar en la asamblea

El senado

La boulé estaba formada por un grupo de 500 ciudadanos, 50 representantes de cada tribu elegidos por sorteo cada año. En ella se deliberaban y proponían leyes para ser posteriormente ratificadas por todos los ciudadanos en la Ekklesía. Como por ejemplo la supervisión de los magistrados, garantizar un suministro de alimentos suficiente y la defensa del territorio, incluido el mantenimiento de la flota. Las elecciones y gran parte de la administración financiera también estaban bajo el control de Boulé.

Mucha gente juzgando

Los tribunales populares estaban formados como mínimo por 200 personas y podían llegar a las 2.500. Los casos judiciales seguían procedimientos estrictos. Antes de llegar a un jurado, el caso debía ser atendido por un magistrado o árbitros en una audiencia preliminar. En algunos casos, la presentación de pruebas o testimonios eran sellados para su apertura durante el propio juicio, utilizando recipientes similares a ollas de cerámica. Los tribunales eran también la autoridad suprema a la hora de interpretar las leyes.

Los jurados

Para cada juicio, los jurados eran elegidos de entre un gran número de ciudadanos disponibles para servir durante un período de un año. A principios de año, cada miembro del jurado recibía un pinakion de bronce, que vendría a ser uno de los primeros documentos de identidad creados en la historia. Se trataba de una placa donde estaba inscrito el nombre del ciudadano, el nombre de su padre y el deme donde residida (y, por lo tanto, la pertenencia a la tribu).

Ticket de bronce con la Identificación del jurado (pinakion), con la inscripción del nombre, familia y deme. Siglo IV a.C. Museo del Ágora de Atenas.

Los pinakion eran utilizadas en el kleroterion, dispositivos que asignaban jurados a los tribunales de forma aleatoria. Este dispositivo se trataba de una pieza de piedra de forma monolítica, con ranuras horizontales dispuestas en diez columnas (una por cada tribu). El procedimiento de asignación era el siguiente:

El día del juicio, el miembro potencial del jurado comparecía ante el magistrado a cargo de la adjudicación. En la base del kleroterion había diez cestas, una para cada una de las diez tribus. Antes del inicio de cada juicio, el pinakion del jurado se depositaba en su correspondiente canasta tribal. Acto seguido el magistrado tomaba los pinakion de la primera cesta tribal y las colocaba en la columna de ranuras correspondiente de cada tribu, hasta que se llenaban todas la ranuras.

En un lateral del dispositivo había un tubo de bronce hueco, incrustado en la piedra, con un embudo en la parte superior y una manivela en la inferior. A través del embudo, el magistrado vertía un puñado de bolas blancas y negras, que después de mezclarse se alinearían en el tubo de forma aleatoria. Al girar la manivela, se dejaba caer una bola, como si se tratara de un bingo. Si era blanca, los diez ciudadanos (un miembro de cada tribu) cuyos pinakions estaban colocados en la primera fila horizontal serían asignados al jurado de ese día. Si era negra, se descartaban. El procedimiento se repetía fila por fila hasta que se completaba la corte.

Reproducción del kleroterion y sus restos junto con algunos pinakion. Museo del Ágora de Atenas.

De esta forma se aseguraba una selección absolutamente aleatoria, tanto por el orden en que se colocaban los pinakion en el kleroterion, como por el orden en que aparecían las bolas. También se evitaba la corrupción y el soborno del jurado, ya que estos eran asignados justo antes de empezar el juicio, también se aseguraba una representación diversa y equitativa con el mismo número de miembros de cada tribu.

Lo mágico de este dispositivo, es que el proceso de selección de jueces se convertía en un espectáculo, en el cual los dioses accionaban los circuitos del azar para designar a sus representantes. Si nos ponemos en la cabeza de uno de los ciudadanos atenienses, podríamos pensar que el kleroterion tenía vida propia, o que se trataba de una computadora con acceso a las bases de datos del Olimpo. El kleroterion es una máquina tan fascinante, que ha inspirado varios relatos de ciencia ficción. Últimamente también se ha puesto de moda vinculándolo a proyectos de inteligencia artificial, o soluciones de disputas mediante criptografía descentralizada.

Una vez que finalizaba el juicio, los jurados atenienses eran remunerados por su labor al momento. Otro procedimiento democrático, diseñado para garantizar que los ciudadanos pudieran permitirse servir a la justicia, sin que se viera afectada su economía doméstica.

Los oradores

Las personas en litigio solían hablar en su propio nombre, aunque ocasionalmente recurrían a profesionales para preparar sus discursos. Se requería una retórica hábil, carisma y teatralidad para influir en un jurado.

Los juicios no duraban más de un día, había un horario establecido y se asignaba un tiempo limitado a los oradores. El tiempo máximo de cada parlamento se medía mediante las klepsydra, relojes de agua formados por dos recipientes, uno colocado por encima del otro con un orificio por donde se vertía el agua en el inferior. Los había de diferente tamaño, según el tiempo requerido. El orador tan solo podía hablar durante el tiempo establecido, es decir, hasta que el recipiente inferior se llenara. Los oradores experimentados, para crear más clímax, mantenían la atención en el chorro de agua y, a medida que bajaba la presión del caudal iban concluyendo su discurso, finalizándolo justo cuando se caían las últimas gotas.

Una klepsydra (reloj de agua) era utilizada para cronometrar los discursos en las cortes atenienses. Original con una réplica arriba que muestra el flujo de agua de la olla superior a la inferior. Museo del Ágora de Atenas.

La votación

Una vez presentados los discursos y otras pruebas, los miembros del jurado realizaban una votación para decantarse por el fiscal o el acusado. Los restos arqueológicos que se encontraron sugieren que a principios del siglo V a.C. el voto no era secreto, ya que se hacía utilizando guijarros y en público. Pero tras las reformas de Clístenes, el diseño del sistema de votación se hizo más sofisticado.

Los boletos estaban hechas de unas piezas de bronce, similares a una peonza con un eje en el medio. Las había de dos tipos, unas con los extremos huecos (votos a favor del fiscal) y otras macizas (votos a favor del acusado). A la hora de hacer la votación había dos tinajas en el patio, una de madera y otra de bronce. La de bronce representaba el voto válido, y contaba con un accesorio de forma que solo se podía introducir una papeleta. A la hora de votar, uno a uno, los miembros del jurado dejaban su voto válido en la tinaja de bronce, y el descarte en la de madera.

Boletos de bronce con las inscripciones de los magistrados, siglo IV a.C. Museo del Ágora de Atenas.

Si el veredicto final era culpable, entonces había una segunda fase del juicio para fijar la pena. Después de varios discursos el jurado decidía entre dos posibles castigos, uno propuesto por la fiscalía y el otro por la defensa. Así mismo, si durante la votación no se obtenían suficientes votos de culpabilidad (mínimo una quinta parte del jurado), el caso no se consideraba digno de juicio y el fiscal era multado. Otro mecanismo más para evitar los abusos de poder y el exceso de fiscalización de la vida cotidiana, ya que la experiencia nos dice que la mayoría de los conflictos entre personas, si no hay daño grave de por medio, se suelen resolver hablando y llegando a un acuerdo.

La protección popular de la democracia

La caída de Hipias también inspiró a los atenienses a diseñar más soluciones para evitar el ascenso de nuevos tiranos, o simplemente penalizar a los ciudadanos que tenían una mala conducta.

Una vez al año, los ciudadanos se reunían en el Ágora y realizaban una votación, para determinar si alguien se estaba volviendo demasiado poderoso, y por lo tanto estaba en condiciones de establecer de nuevo una tiranía. Si una mayoría simple detectaba algún potencial tirano, se volvían a reunir pasados dos meses. Esta segunda reunión tenía lugar a los pies de la colina ubicaba cerca del barrio de los alfareros, los cuales solían tirar allá los trozos de cerámica defectuosos, que eran reciclados por los ciudadanos para realizar la votación. En estos fragmentos se escribía el nombre de la persona que se deseaba excluir de Atenas.

Para esta segunda reunión definitiva, era necesario un mínimo de 6.000 votantes. Si el nombre de un ciudadano aparecía en una mayoría absoluta de votos, este debía abandonar la ciudad y quedaba exiliado durante diez años, sin por ello perder sus derechos como ciudadano. Quizá debido a la forma de estas piezas de cerámica, se les denominó “ostracón” (caparazón o cáscara) y por ende, a esta condena se le llamó ostracismo. No obstante, este procedimiento no duró muchos años, ya que si bien era una idea interesante, sobre la práctica no impedía que un ciudadano poderoso utilizase el ostracismo para eliminar a un rival.

Conclusión

En resumen, y para evitar entrar en más jardines con temas que requieren muchísimo más estudio, los atenienses diseñaron un sistema que requería de mucha coordinación, mecanismos y tecnología para generar confianza. Tenían que hacer muchas cosas que la actual tecnología de la información les hubiera facilitado mucho y, sin embargo, se las arreglaron bastante bien para construir, con los materiales que disponían, las herramientas que necesitaron para que el sistema funcionara.

Si algo queda de nuestra civilización dentro de 2 o 3 milenios, hay más posibilidades de que los arqueólogos del futuro encuentren los detritus de nuestros perros petrificados, dentro de sus correspondientes bolsas de plástico, que indicios de nuestras mejores obras e ideas. Todas ellas encriptadas y codificadas con un lenguaje que posiblemente no entiendan, almacenadas en dispositivos y formatos variopintos, reducidos al polvo en algún que otro incendio o desastre climático. Por ello creo que no viene mal echar la vista atrás, de vez en cuando, para darnos un baño de humildad, e inspirarnos de la simplicidad de las soluciones del pasado.

Bibliografía

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